Una ciudad ni pequeña ni grande.


Por: Gabriel J. Perea R. @elistmopty

sábado 18 de octubre de 2014 – 12:00 a.m.

Macondo es un pueblo ficticio, creado en la mente de uno de los maestros inmortales de la literatura universal. ¿Fue producto de su mente? ¿O fue el producto de la realidad humana llevada al límite de la imaginación fantástica? Para aquellos que han leído y seguirán leyendo a Gabriel García Márquez, sus escritos son fuente inagotable de la belleza del lenguaje que nos muestra de manera onírica la naturaleza humana.
Macondo, ¿qué tiene que ver esto con nosotros los panameños? Mucho, más de lo que podamos intuir. Razones talvez por las que abandono el letargo del silencio autoimpuesto para nuevamente criticar, sugerir, comentar, mofarme y darme el placer de ser sarcástico ante aquellos que no pueden hacer nada para que las voces de la muchedumbre se escuchen. Iniciemos el relato, aunque puede que no sea el primer capítulo, puesto que una historia no tiene secuencia, sino la que antojadizamente le impongamos.
Érase una vez un pueblo ni grande ni pequeño repleto de personajes apiñados en una ni grande ni pequeña ciudad de aquel pueblo de personas bulliciosas, alegres y altivas. Se llamaban ellos mismo los ciudadanos de la bolita del mundo amén y por alguna razón algunos de sus ciudadanos terminaban sus frases con un alegórico e incomprensible meto. Sus días transcurrían como en cualquier otro pueblo; buscando la solución que los arrancara de la pobreza y les concediera la libertad de vivir como seres humanos.
Como es característico de los pueblos ni pequeños ni grandes, pululaban políticos habilidosos de utilizar las mismas técnicas que los colonizadores de pueblos indígenas, intercambiarles espejos a cambio de oro. Y fue así como una legión de políticos que no eran más que sacos y huesos viejos se disfrazaron en comparsa de locos. Salieron por las calles con sus caras pintadas y con sus alforjas desbordantes de espejos.
En poco tiempo conquistaron a los ingenuos habitantes de aquella ciudad ni pequeña ni grande. Les prometieron los más hermosos espejos y que cuando se contemplaran en ellos cada día serían más hermosos, más ricos y más felices. La eterna felicidad estaba a las puertas de sus vidas, todo a cambio sus votos.
Era inevitable y los políticos locos conquistaron el poder, se inició una nueva era en aquella ciudad ni pequeña ni grande. La locura se apoderó de los ciudadanos y los políticos locos se destornillaban de alegría al ver que sus alforjas se llenarían con el oro de los incautos ciudadanos.
Alto, puede ser que esta historia sea como tantas otras de ciudades ni pequeñas ni grandes, y que no sea tan fantástica, a menos que exista algo que la diferencie. Pues vea usted que sí. Esta ciudad se llama Panamá. Donde la ficción supera la realidad, donde lo onírico se mezcla con lo cotidiano, donde la imaginación podría volver en realidad la fantasía de Macondo, pero el resto de la historia se está garabateando. Tout à l’heure’.
*DIPLOMADO EN CREACIÓN LITERARIA.

Por: Gabriel J. Perea R.
@elistmopty

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