Opinión – La Estrella de Panamá
«Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó». «Por lo demás, cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido». Así sentencia la Biblia las relaciones entre el hombre y la mujer.
La situación provocada por la confesión del padre Alberto Cutié al admitir su relación con una mujer ha despertado nuevamente el debate acerca del celibato sacerdotal y su validez dentro de nuestra sociedad.
Esta condición fue impuesta por la iglesia católica a sus sacerdotes. Condición que nace dentro del seno de la iglesia católica como una disposición de sus jerarcas.
En los primeros siglo de nuestra era la evolución conceptual de las comunidades cristianas no contemplan ni bíblica ni tradicionalmente el celibato como precepto obligatorio para la condición sacerdotal.
Puede mencionarse que en las épocas de los concilios, como el de Constanza, la iglesia decidiera ordenar el comportamiento sexual de sus miembros para presentar al sacerdote como un pastor irreprochable, aunado a los problemas de propiedad de los sacerdotes casados cuyos hijos reclamaban los bienes de sus padres al morir estos. Situaciones particulares mundanas contrapuestas a los preceptos bíblicos.
El actual escándalo nos plantea reflexiones acerca de que tan validos son hoy las disposiciones impuestas por el hombre, en tiempos que talvez ameritaban tales acciones.
Si el celibato fue una condición que se impuso por causas humanas temporales, ¿estará la iglesia preparada para abolirla?
¿Será que al dejarnos enseñanzas claras como, «Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne», Dios se equivocó?