Por: Gabriel J. Perea R. @elistmopty
Publicado en el Panamá América
En los días qu
e me encuentro escaso de material que resulte grato compartir con los valientes lectores que se arriesgan a descifrar algunas de mis escritos, y cuando la musa sin autorización se ausenta sin notificarme cuándo regresará, acudo al parque para disfrutar del relajamiento que produce una buena camina.
Siempre había sido un parque seguro, confiable al menos hasta aquella tarde en que las cosas que ocurrieron todavía desafían mi serenidad mental. No soy una persona impresionable, habiendo tenido el privilegio de nacer en una tierra en la que sus habitantes están curados de espantos, ¿qué podría robarme la calma? Sin embargo, los hechos que voy a narrarles son reales.
Avanzaba
como siempre, como un caminante más; mis instintos de escritor escudriñaban cada objeto a mi alrededor con especial atención a los otros caminantes intentando hacer de cada uno un personaje inédito. No me había percatado que, a pesar de ser media tarde, el parque comenzó a llenarse de una espesa niebla que, dado el clima y la región, juraría que era pura contaminación. Comencé a sentir algo de frío, acelere el pasó, a lo mejor era hambre literaria.
Hay un tramó del parque que nunca me ha gustado porque es muy extraño. Se encuentra después de pasar una loma; el paisaje abre en una amplia bajada que muestra un envej
ecido anfiteatro que parece un mausoleo. Para mi sorpresa, danzaba sobre el escenario una suerte de figuras oscuras, las cuales emitían un chirrido metálico, parecían niños con unos pajarracos, o qué se yo. Me quedé petrificado. Al ser descubiertas, las figuras emprendieron rauda carrera hacia donde me hallaba.
Como buen superviviente urbano, puse en ejercicio mis conocimientos y emprendí también carrera. Ellas me alcanzaron, y entonces me percaté que eran estatuas sólidas, me sobrepasaron con sus pasos metálicos y las vi a alejarse fuera del parque, no sin antes una de éstas detenerse y sacarme la lengua.
Regresé de mi conmoción cuando una caminante de larga cabellera negra me ayudaba a levantarme; le inquirí acerca de lo acontecido, pero ella perjura que no vio nada. Y parece que nadie más vio a las figuras escapar del parque. Sé que una hermosa dama es asidua visitante del parque y como dama de sociedad, con mucha sensibilidad social, investigará este extraño suceso; mientras tanto, yo no iré al parque, porque está embrujado.

Siempre había sido un parque seguro, confiable al menos hasta aquella tarde en que las cosas que ocurrieron todavía desafían mi serenidad mental. No soy una persona impresionable, habiendo tenido el privilegio de nacer en una tierra en la que sus habitantes están curados de espantos, ¿qué podría robarme la calma? Sin embargo, los hechos que voy a narrarles son reales.
Avanzaba



Como buen superviviente urbano, puse en ejercicio mis conocimientos y emprendí también carrera. Ellas me alcanzaron, y entonces me percaté que eran estatuas sólidas, me sobrepasaron con sus pasos metálicos y las vi a alejarse fuera del parque, no sin antes una de éstas detenerse y sacarme la lengua.
Regresé de mi conmoción cuando una caminante de larga cabellera negra me ayudaba a levantarme; le inquirí acerca de lo acontecido, pero ella perjura que no vio nada. Y parece que nadie más vio a las figuras escapar del parque. Sé que una hermosa dama es asidua visitante del parque y como dama de sociedad, con mucha sensibilidad social, investigará este extraño suceso; mientras tanto, yo no iré al parque, porque está embrujado.