Publicado en el Panamá América
¿Por qué nos asustamos tanto del militarismo? ¿Por qué los sabios de la sabiduría civiloide se rasgan las vestiduras ante la idea de que un uniformado dirija la policía nacional? Aquella frase, «prohibido olvidar» debe ser la clave de este temor.
No debemos olvidar que durante dos décadas los militares dirigieron el país, malversaron los fondos nacionales, se enriquecieron desmesuradamente, hubo desapariciones, asesinados y toda clase de atropellos hacia la sociedad civil. Eso debería ser suficiente para temer a la idea del resurgimiento del militarismo. Sin embargo, tampoco debemos olvidar el silencio cómplice de algunos civiles, aquellos que manejan los poderes económicos, que durante esas dos décadas no enfrentaron a los militares y tal vez se beneficiaron de su estadía en el poder.
No debemos olvidar que los escándalos de corrupción de la era post dictadura que no fueron cometidos por militares permanecerán sumergidos en la desidia y la indiferencia de estos que hoy se levantan ante los fantasmas del militarismo. ¿Por qué no reclaman con igual firmeza el esclarecimiento y la condena de los culpables? ¿Por qué no hay un solo político purgando condena?
Nuestra sociedad no debe caer en el abismo de las castas sociales, donde el portar un uniforme te convierte en proscrito y el pertenecer a un partido político permite ser impune.
No existen razones coherentes para pensar que en Panamá pueda resurgir lo que en el pasado, a menos que nuevamente desconfiemos de nuestra sociedad.
Sea quien sea que dirija los estamos de seguridad, sea como sea que se llame el jefe máximo de todos los cuerpos armados, es el presidente democráticamente elegido. ¿Acaso estamos aceptando que ninguno de los posibles candidatos presidenciales de la oposición tendrá la capacidad de gobernar y ejercer la máxima autoridad del país?
Los llamados de atención por el posible resurgimiento del militarismo, deben ser llamados para revertir la peor distribución de riqueza del continente, germen necesario para que la población vuelva a ver a los militares como reinvindicadores de demandas sociales que los políticos ignoran deliberadamente. Este es el verdadero fantasma al cual debemos temerle y el único camino que tendría un militar para intentar lo impensable.