Por: Gabriel J. Perea R. @elistmopty
Soñamos en convertirnos en el Singapur de Latinoamérica. Por nuestras calles y avenidas crecen moles de concreto y acero que unos pocos años atrás solo veíamos por la televisión. Ahora el desarrollo urbanístico propio de la efervescencia de las emergentes inversiones nos empuja a convertirnos en un país de primera. Pareciera que el sueño podría hacerse realidad.
Soñamos en convertirnos en el Singapur de Latinoamérica. Por nuestras calles y avenidas crecen moles de concreto y acero que unos pocos años atrás solo veíamos por la televisión. Ahora el desarrollo urbanístico propio de la efervescencia de las emergentes inversiones nos empuja a convertirnos en un país de primera. Pareciera que el sueño podría hacerse realidad.
Sin embargo las naciones que han al
canzado el llamado desarrollo, abriéndole paso a nuevas formas de convivencia social han tenido que tomar decisiones trascendentales en beneficio de facilitar el auge económico que todos anhelan. Estas decisiones en ocasiones necesariamente perjudicaran formas de subsistencia arraigadas. En algunos casos llevando actividades económicas a su extinción, parece una paradoja. El desarrollo económico conlleva la desaparición de actividades económicas que en su mayoría son explotadas por personas de escasos recursos y formación.

Este es el caso del sistema de transporte colectivo, personificado en los diablos rojos. Actualmente presentamos un paisaje Kafkiano a cualquier inversionista. Paralelamente se levantan gigantescas torres dotadas de los últimos adelantos en tecnologías y comodidades para ofrecer un país digno de habitar por aquellos sofisticados extranjeros que estén dispuestos a cambiar sus modernas ciudades por nuestro terruño caribeño y a su vez ofrecemos un sistema de transporte colectivo que solo puede ser comparado con los peores del mundo, transporte que solo existe en los lugares mas salvajes, compuesto por destartalados autobuses que son desechos de los países desarrollados. Es una incomprensible oferta.
¿Cómo enfrentarnos esto? ¿Cómo ofrecer un transporte colectivo al nivel del desarrollo que pretendemos alcanzar? Sumemos al problema que los trabajadores afectan su productividad si tienen que dedicar el tiempo que deberían utilizar para descansar en transportarse de la forma mas inhumana. Es una receta para el fracaso.
Las difíciles decisiones que deben tomarse son impostergables. El desarrollo tiene un precio que debemos pagar como sociedad. El transporte colectivo como medio de subsistencia compuesto por diversos actores como mecánicos, conductores, ayudantes, vendedores de repuestos y muchos mas, debe tener la oportunidad de encontrar otro medio de ganarse la vida, ya sea absorbido por el nuevo sistema o mediante la oportunidad de dedicarse a otra actividad económica.
Nos enfrentamos a una realidad que no podemos ignorar, no es un problema de los transportistas, no es un problema de los usuarios, es un problema de nación que ya no puede esperar la voluntad de otro gobierno. Resolvamos esto ahora.