Publicando en el Panamá América

Lamentablemente, estamos en Panamá, donde ser policía descalifica al individuo. Estamos en un país donde portar el uniforme de nuestra fuerza policial ocasiona que se desmeriten las capacidades intelectuales al grado de no merecer ocupar el más alto grado de la institución policial.
Somos una nación que exige seguridad ciudadana para que las emergentes inversiones no se vean afectadas y más de un extranjero no salga desperdigado en busca de otro destino más seguro. Sin embargo, por este patriótico servicio le pedidos a nuestros hombres y mujeres de uniforme que pongan el pecho por nosotros, que enfrenten la criminalidad por menos de cuatrocientos dólares al mes y que estén conscientes que no son capaces de dirigir la institución a la cual pertenecen y que nunca sueñen alcanzar su máximo escalafón.
A pesar que ya vamos para 19 años de la caída de la dictadura, todavía hay personajes que se rasgan las vestiduras ante cualquier ataque fantasmagórico de sus recuerdos. A pesar de que hoy la institución policial está conformada por nuevas generaciones de jóvenes panameños que buscan la superación personal y profesional, todavía hay panameños que proscriben a los uniformados.
Los miembros que están en la Fuerza Publica, y aquellos que tal vez piensen en ingresar, deberían considerar si vale la pena portar un uniforme que los convertirá en ciudadanos de segunda categoría, restringiéndoles la oportunidad de encabezar la institución, hecho que no ocurre en ninguna otra profesión y pisoteando el concepto de que todos los ciudadanos somos iguales.
Si tanto miedo le tenemos a los uniformes, deberíamos instaurar el servicio civil obligatorio para que todos los jóvenes del país, sin ningún distingo, salgan a defender a la ciudadanía contra la delincuencia, así aquellos que hoy duermen intranquilos, estarán seguros cuando sus hijos e hijas estén en las calles orgullosamente portando los símbolos patrios.