Por: Gabriel J. Perea R. @elistmopty
Érase una tierra tendida sobre un istmo, donde era más claro el cielo y más brillante el sol. En ella se escuchaba danzar el dinero, al igual que en las grandes capitales envueltos sobre los caracoles de vidrio, concreto y ambición. Las gentes revolvían la mirada, y a veces sentían espanto ante la abundante riqueza, la cual no encontraban el camino para poder alcanzar.
Érase una tierra tendida sobre un istmo, donde era más claro el cielo y más brillante el sol. En ella se escuchaba danzar el dinero, al igual que en las grandes capitales envueltos sobre los caracoles de vidrio, concreto y ambición. Las gentes revolvían la mirada, y a veces sentían espanto ante la abundante riqueza, la cual no encontraban el camino para poder alcanzar.
El destino había dispuesto arrancarles todo aquello que alguna vez creyeron suyo. Solo le quedaban los recuerdos, los pedazos de la vida envueltos en jirones de desesperación y de dolor. La resignación, la angustia ante el futuro eran los sentimientos que se apoderaban de los viejos senderos retorcidos donde nacieron los sueños y las esperanzas de una patria igual para todos.
Parecía no haber esperanza donde el hombre cansado pudiese descansar, ya no había viejos troncos donde volver a soñar. Aquellos vetustos tiempos, queridos y lejanos solo eran nostalgias de tiempos lejanos y sosiegos que no regresaran.
En medio del repicar de los recuerdos se acercó el tiempo en que aparecían como siempre algunos hombres y mujeres que prometían, como aquel cuento sabido y mal contado, rescatar las esperanzas de las gentes y devolverle su dignidad, acabar con el hambre y que cada quien pudiese llevar el pan a la mesa, no habría delincuencia y la riqueza se repartiría entre todos. Prometerían cualquier, cosa hasta el alma.
Aquellos hombres y mujeres utilizarían cualquier medio a su disposición para intentar convencer a las gentes que sus propuestas eran insustituibles y que sin ellos la patria no podría volver a soñar. Se escucharían interminablemente ridículos mensajes en la radio, la televisión, los periódicos. Inventarían cuanto se les ocurría para saturar a las gentes hasta el desquiciamiento.
Lo que aquellos ignoraban, era que quizás, seria posible creerles, si aquellos hombres y mujeres descubrieran quienes eran los espléndidos personajes que proporcionaban los recursos interminables para ser despilfarrarlos en campañas propagandísticas tan costosas que fácilmente se podría alimentar a todo un barrio con tal cantidad de dinero.
La espiral del tiempo es necia y repetirá las historias de candidatos que prometen y nunca cumplen. Y nuevamente las gentes desconfiaran de todo aquel que no pueda abrir sus libros y rendir cuentas para asegurarnos que las esperanzas no estuviesen hipotecas por aquellos que estaban dejando una patria tan chica que cabía toda entera debajo de la sombra de nuestro pabellón.