Por: Gabriel J. Perea R. @elistmopty
Publicado en La Prensa

Sucesivas generaciones de patriotas se comprometieron en una lucha por desarraigar de nuestras propias entrañas una frontera que nos fue impuesta como el precio a pagar para ser libres. Después de la caída de nuestro muro de Berlín, hoy vemos con desasosiego cómo cada pedazo de este hermoso terruño se vende al mejor postor. Nuestro istmo se vende, se están vendiendo nuestras montañas, nuestras playas, nuestras islas, nuestros bosques, nuestros ríos y lagos. Se vende los retazos imborrables de recuerdos que permanecen en el ayer de nuestra memoria, se vende aquellos momentos que vivimos bajo verdes cúpulas alcanzadas por los luminosos rayos de atardeceres perfectos.

En variados portales del universo cibernético se anuncia la venta de porciones de nuestra pequeña Patria. En algunos de forma tan irrespetuosa que el bien es anunciado como parte de algún estado de la unión americana, nos hemos vendido como parte de otro país. El irrespeto a nuestra identidad como nación es inaceptable, no solo nos vendemos, sino que cercenamos una vez más nuestro territorio, vendemos nuestra soberanía como un bien empaquetado.
¿Para quiénes son los millones que se reciben de la venta de nuestro país? ¿Quién se está beneficiando con el sacrifico de generaciones? ¿En qué se beneficia el panameño común con la venta de su país?
En los años dorados recorríamos senderos hasta toparnos con cercas infranqueables, aquella mano que nos sostenía y tenía las respuestas a todas nuestras preguntas nos decía «esa es la Zona del Canal». Estos inconclusos paseos eran recompensados con intensas aventuras donde no habían cercas, ni alambrados que nos detuvieran, donde no habían letreros con frases que inventábamos su significado al desconocer su traducción. Aquellos días donde podías desembarcar como un pirata en cualquier isla, recoger cocos, tirar piedras, limpiar pescado, han terminado.
Hoy nos toca llevar de la mano a nuestros hijos y contarles orgullosos, que hubo una vez en el corazón de nuestro país una quinta frontera, pero que ya en ese lugar no existen cercas, ni letreros de advertencia que impidan el paso. Que ahí somos libres, pero que el resto del territorio en los lugares más exuberantes, no.
Ellos nunca podrán conocerlos. Las aventuras de desembarcos piratas mientras pescábamos en islas desiertas con nuestros abuelos, ya no son posibles, porque esas islas son propiedad privada, porque esta Patria ya no es nuestra.