Por: Gabriel J. Perea R. @elistmopty
Publicado en el Panamá América
LA VIOLENCIA en el Medio Oriente es acontecimiento rutinario para los ciudadanos de esta región. La muerte es moneda de uso frecuente. Los actuales sucesos inclinan a pensar que la situación no mejorará y con el tiempo, empeorará.
Esas circunstancias parecen distantes imágenes ajenas a nuestra tradicional forma de convivir pacíficamente. Pero, al igual que en el convulsionado Medio Oriente, la violencia se está convirtiendo en algo cotidiano en nuestras vidas. Ya no es ajeno observar los titulares de ajusticiamientos, asesinados, crímenes pasionales, asaltos y violencia doméstica, que parecen multiplicarse con el pasar de los meses. La espectacularidad creciente parece ser la norma de cada entrega de noticias policiales.
A diferencia de aquellas regiones convulsionadas, aquí no tenemos una guerra declarada. Aquí tenemos una guerra de baja intensidad, urbana y de reciente exportación. En gran parte de los hechos de violencia que en este país se registran están involucrados extranjeros. Particularmente, provenientes de zonas azotadas por décadas de conflicto interno y con problemas de narcotráfico sin indicios de que alguna iniciativa pueda erradicarlo.
Los estamentos de seguridad, a pesar de todos los esfuerzos que realizan con sus exiguos presupuestos, parecen estar siendo vencidos por la guerra a la delincuencia. Esta es una guerra que, aunque no se reconozca oficialmente, ya existe. Una guerra de bandas de narcotraficantes que se disputan el territorio nacional. Una guerra de lugartenientes que se están apoderando de los barrios marginados donde reina la miseria y la desesperación.
La facilidad con que se puede ingresar a Panamá, convierte al país en tierra fértil para los individuos de dudosa conducta. Nuestro país se ha convertido en una parcela para el ajuste de cuentas. Sumado a esto, los altos índices de desempleo, las pocas oportunidades de superación y la escasa preparación de nuestra juventud, convierte a ésta en carne de cañón para las bandas del crimen organizado.
La facilidad con que se puede ingresar a Panamá, convierte al país en tierra fértil para los individuos de dudosa conducta. Nuestro país se ha convertido en una parcela para el ajuste de cuentas. Sumado a esto, los altos índices de desempleo, las pocas oportunidades de superación y la escasa preparación de nuestra juventud, convierte a ésta en carne de cañón para las bandas del crimen organizado.
Es tiempo que enfrentemos el problema. El demostrado coraje por parte de los últimos directores civiles parece no responder a un problema creciente de seguridad. Así como se han tomado las medidas de intentar colocar a los ciudadanos más preparados en los puestos adecuados, es hora de enfrentar la situación y realizar los cambios necesarios en los estamentos de seguridad, vengan de donde vengan. Aunque sea un uniformado proveniente de los estamos de seguridad.
Los fantasmas de la extinta dictadura son solo eso, fantasmas. Las voces que siempre se levantan en contra, esgrimen el pensamiento de que el hombre por naturaleza siempre comete los mismos errores, condenando a profesionales panameños a ser ciudadanos de segunda categoría. Según esas voces, nunca existirá un uniformado honesto y capaz. Portar el uniforme con los símbolos patrios no los convierte en ciudadanos de confianza. Si aplicamos ese mismo pensar, nunca existirá un político que pueda acabar con la pobreza y el desempleo, pues este grupo siempre nos brinda promesas que se van con el viento; mientras que los policías se exponen con valor en nombre de los ciudadanos.