Nunca, nada, nadie, jamás


Por: Gabriel J. Perea R. @elistmopty


Publicado en La Prensa el 20 de diciembre de 2006

Los que escribimos cuales arqueros medievales, lo hacemos porque creemos que tenemos algo que alcanzar. Templamos las palabras en una suerte de ideas. Lanzamos nuestros pensamientos al viento intentando acertar con nuestros discursos en la mente y el corazón de las personas. Soñamos en que esta extraña disciplina contribuya a mejorar la sociedad en que vivimos. Este ideal gótico se rompe cuando al esgrimir el arco nuestro temple se fractura con sentimientos de dolor y frustración ante los irreversibles acontecimientos de una sociedad donde la impunidad y la injusticia esta ganándole la batalla al ciudadano común.

Los pasados acon

tecimientos que ocasionaron la muerte de 18 seres humanos calcinados en el incendio del autobús, el 23 de octubre, nunca debieron ocurrir. Esos ciudadanos confiaban en que el trasporte donde viajaban era seguro, mas nunca imaginaron que ese fuera su último viaje. La muerte de 49 víctimas por ingerir medicinas con tóxicos de la Caja de Seguro Social nunca debió ocurrir. Ellos confiaban en que la institución de salud y seguridad social, les brindaría, precisamente eso, salud y seguridad mas no que se estuvieran envenenando por propia mano con los medicamentos que esta institución les proporcionaba. Ellos creían que el sistema los protegería.


A pesar de todas estas muertes injustificables nada ha pasado, absolutamente nada. La muerte de esos 67 panameños no ha significado nada. La política del tratamiento de bajo perfil está siendo aplicada en silencio. Se dejará que el tiempo se lleve los recuerdos y que el manto de la indiferencia cubra las huellas, porque aquéllos que murieron son solo ciudadanos de a pie que viajaban en autobuses y acudían al Seguro Social como la única alternativa a sus necesidades en salud y transporte. Esta estrategia de silencio es menos costosa que pagar el precio político en aceptar la responsabilidad por ser quienes en este momento tienen la responsabilidad de administrar el Estado.

Nadie de alto perfil ha sido detenido, destituido o responsabilizado porque el Estado panameño funciona sin responsables. Somos ciudadanos bajo nuestro propio riesgo. Con actitud indiferente hemos encendido el arbolito y hemos disfrutado de la parada de Navidad, los centros comerciales están repletos, la vida transcurre sin ninguna variación, los políticos empiezan a empuñar las patrañas para las próximas contiendas, los transportistas siguen haciendo lo que les da la gana, sin que nadie los pueda meter en cintura y, para culminar la ironía, celebraremos los carnavales recordando a aquéllos que ya no están.

Los familiares de las víctimas cargan solos con sus muertos, nadie les tenderá el brazo para apoyarlos. Nadie exigirá respuestas. Existe un total silencio, una indiferencia cómplice. La sociedad civil ha enmudecido. Más protestas y detractores levantó un mal logrado ex defensor del Pueblo que unos muertos que nadie puede mencionar porque sus nombres serán olvidados.

En este trágico episodio jamás personaje alguno será llamado a juicio. Jamás se encontrarán las verdaderas causas de las tragedias. Jamás un alto funcionario aceptará su responsabilidad, será destituido o pensará en renunciar por dignidad.

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