Por: Gabriel J. Perea R. @elistmopty
Publicado en Expresiones
Hay preguntas que nadie quiere o nadie se atreve a contestar. Son aquellas que nos formulamos al observar el inexplicable comportamiento de nuestros políticos criollos. El obtener respuestas nos ayudarían a confiar en nuestro sistema democrático. Algunas pueden resultar controversiales, por ejemplo: ¿Qué fuerzas de naturaleza desconocida pueden impulsar a individuos a aferrarse desesperadamente de las esferas del poder de un partido político? ¿Por qué se aferran de sus presidencias, sus secretarias generales? ¿Por qué luchan en forma despiadada por el control de sus partidos? ¿Será una misión divina que sólo puede ser cumplido por quien la reciba? ¿Será la convicción de conocer por iluminación cósmica que se posee la verdad absoluta? ¿Será por el desinteresado deseo de guiar al resto de la incapaz sociedad con sus legiones de deficientes mentales hacia los destinos de la felicidad y la abundancia? ¿Será un llamado interno irresistible de dar el ejemplo de desprendimiento en beneficio de los demás?
Las respuestas habitan en el inescrutable mundo de los designios políticos, allí en esa onírica dimensión donde los mortales ciudadanos comunes no podemos penetrar. Y de donde surgirán más preguntas que nadie quiere responder. ¿Por qué no pueden participar de la vida política ciudadanos independientes? ¿Por qué los partidos políticos están dominados por millonarios? ¿Por qué se enfrentan cada cinco años personajes que gastan millones de balboas para alcanzar el poder? ¿Cuál es la recompensa codiciada por todos?
¿Existirá algún político que se atreva a despojarse del manto de oscuridad que rodea los donantes de las campañas presidenciales? ¿Serán estas preguntas producto de una imaginación borgiana? ¿Será que las respuestas son demasiados obvias?
De igual forma como estas preguntas sin respuestas han surgido, podemos ejercitar nuestra imaginación para realizar cuestionamientos en respuesta a las interrogantes, aunque éstas puedan ser inocentes suposiciones.
¿Será que las fuerzas desconocidas que impulsan a los individuos a aferrarse a sus partidos es el deseo de controlar los jugosos recursos financieros de estos colectivos? ¿Será que el presidir un colectivo político rinde algún beneficio económico? ¿Será posible que la única verdad absoluta sea llegar al poder para controlar las riquezas del país? ¿Será que si se permite que ciudadanos independientes participen en la vida política crearía un desequilibrio en la repartición de las ganancias de los grandes negociados?
¿Será posible que los millonarios inviertan grandes sumas de dinero para recuperarlas con descomunales ganancias al llegar al poder? ¿Será que resultaría una hecatombe social el descubrir que los donantes de las campañas son las mismas personas y que dominan los grandes intereses económicos? ¿Será posible que las firmas, consorcios o empresas que se adjudican los contratos de la nación están conformados por figuras allegadas al poder, sus parientes o copartidarios?
¡Alto! Estamos siendo muy morbosos en contra de los políticos, quienes invierten sus vidas en el sacrificio de servir al prójimo. ¿Será que el ciudadano común, ese que todo mundo menciona, que nadie conoce, que no se sabe ni dónde vive, ni quién es, duda de las honestas y desinteresadas intenciones de nuestros políticos?
Lamentablemente, el velo del encubrimiento envuelve cualquier posibilidad de encontrar respuestas a estas preguntas. Lo que sí no necesita mayores especulaciones es el hecho innegable que si la política no fuera un gran negocio a nadie le interesaría. No existiría la lucha sin cuartel que se libra para controlar los colectivos políticos. No existirían las leyes que imposibilitan conocer públicamente algunos manejos de los partidos políticos, como conocer sus donantes. No existirían leyes que impiden a los ciudadanos independientes participar de la vida política.
¿Será que ya no creemos en el cuento de la Caperucita Roja y el Lobo Feroz? ¿Será que ya es posible que surja un Evo Morales panameño? ¿Será que cada pueblo tiene el gobierno que se merece? Dejamos las conclusiones a su propio discernimiento.
Las respuestas habitan en el inescrutable mundo de los designios políticos, allí en esa onírica dimensión donde los mortales ciudadanos comunes no podemos penetrar. Y de donde surgirán más preguntas que nadie quiere responder. ¿Por qué no pueden participar de la vida política ciudadanos independientes? ¿Por qué los partidos políticos están dominados por millonarios? ¿Por qué se enfrentan cada cinco años personajes que gastan millones de balboas para alcanzar el poder? ¿Cuál es la recompensa codiciada por todos?
¿Existirá algún político que se atreva a despojarse del manto de oscuridad que rodea los donantes de las campañas presidenciales? ¿Serán estas preguntas producto de una imaginación borgiana? ¿Será que las respuestas son demasiados obvias?
De igual forma como estas preguntas sin respuestas han surgido, podemos ejercitar nuestra imaginación para realizar cuestionamientos en respuesta a las interrogantes, aunque éstas puedan ser inocentes suposiciones.
¿Será que las fuerzas desconocidas que impulsan a los individuos a aferrarse a sus partidos es el deseo de controlar los jugosos recursos financieros de estos colectivos? ¿Será que el presidir un colectivo político rinde algún beneficio económico? ¿Será posible que la única verdad absoluta sea llegar al poder para controlar las riquezas del país? ¿Será que si se permite que ciudadanos independientes participen en la vida política crearía un desequilibrio en la repartición de las ganancias de los grandes negociados?
¿Será posible que los millonarios inviertan grandes sumas de dinero para recuperarlas con descomunales ganancias al llegar al poder? ¿Será que resultaría una hecatombe social el descubrir que los donantes de las campañas son las mismas personas y que dominan los grandes intereses económicos? ¿Será posible que las firmas, consorcios o empresas que se adjudican los contratos de la nación están conformados por figuras allegadas al poder, sus parientes o copartidarios?
¡Alto! Estamos siendo muy morbosos en contra de los políticos, quienes invierten sus vidas en el sacrificio de servir al prójimo. ¿Será que el ciudadano común, ese que todo mundo menciona, que nadie conoce, que no se sabe ni dónde vive, ni quién es, duda de las honestas y desinteresadas intenciones de nuestros políticos?
Lamentablemente, el velo del encubrimiento envuelve cualquier posibilidad de encontrar respuestas a estas preguntas. Lo que sí no necesita mayores especulaciones es el hecho innegable que si la política no fuera un gran negocio a nadie le interesaría. No existiría la lucha sin cuartel que se libra para controlar los colectivos políticos. No existirían las leyes que imposibilitan conocer públicamente algunos manejos de los partidos políticos, como conocer sus donantes. No existirían leyes que impiden a los ciudadanos independientes participar de la vida política.
¿Será que ya no creemos en el cuento de la Caperucita Roja y el Lobo Feroz? ¿Será que ya es posible que surja un Evo Morales panameño? ¿Será que cada pueblo tiene el gobierno que se merece? Dejamos las conclusiones a su propio discernimiento.