Por: Gabriel J. Perea R. @elistmopty
Publicado en el Panamá América
La creación de un articulo de opinión, plasmar nuestras ideas, opiniones y creencias para someterlas a la inquisición de los escrutadores de algún medio impreso que decidirá si se publica o no y que pueden sin mediar explicación alguna desechar el cerebral esfuerzo realizado, resulta intimidante. De superar el filtro de selección para posteriormente publicarse intentando captar la atención de una sociedad absorta en cientos de estímulos ilusorios, más que intimidante es creer en el poder de las ideas, es un acto de fe.
Aquellos que fuimos contagiados con ese extraño virus que nos imposibilita a permanecer indiferentes ante los acontecimientos que afectan a los miembros de este conglomerado humano, resulta gratificante ver colegas, contemporáneos, amigos, conocidos que se suman a la masa de individuos críticos que se atreven a expresar sus opiniones, que deciden no permanecer callados.
El acto de expresarnos es nuestro deber y derecho. Debemos ejercerlo en cualquier tema que consideremos merecedor. Por más polémica que pueda resultar nuestra opinión como miembros de la sociedad debemos manifestarnos. Es el caso de un artículo en la columna «Cartas al Diario», titulado «Religión y discriminación» de la colega Iliana Smith. Aunque el objetivo de mi comentario en esta caso no está en función de argumentar sobre su contenido, exalto el hecho que emita su opinión en un tema tan controversial como la intolerancia por la escogencia sexual.
El país necesita que su sociedad civil participe con individuos activos que emitan sus opiniones, que defiendan sus creencias, que luche por sus ideas siempre manteniendo como norte el bienestar colectivo y la convivencia pacífica.
No podemos permanecer indiferentes antes los acontecimientos que nos afectan, ahora y siempre.
Panamá, como cualquier otro país, tiene un sinnúmero de circunstancias que lo afectan, tales como las reformas a la seguridad social, la inflación, el alto costo de los productos de primera necesidad, los altos costos de la energía, los bajos salarios, la explotación sexual, la discriminación, la futura ampliación del Canal de Panamá, la inoperancia de los órganos del Estado, la corrupción que está pudriendo nuestra incipiente democracia; el fracaso de los actuales partidos políticos; el mal servicio del transporte público; y el desprestigio de la Corte Suprema de Justicia.
Cada persona que valientemente decide emitir su opinión, decide formar parte del grupo que con la fuerza de las ideas intenta moldear los destinos de un país. Observemos que en aquellos países llamados del primer mundo la opinión pública tiene tal fuerza que puede cambiar un gobierno.
Todos los países aspiran a salir del subdesarrollo y uno de los elementos fundamentales para lograr esto es la participación ciudadana como entes fiscalizadores de la ejecuciones de aquellos quienes elegidos por nosotros ejercen funciones públicas.
Los panameños debemos participar en la evolución a un país crítico de sus propias acciones. Los tiempos del ciudadano vegetal deben terminar; el principio de la libre expresión de las ideas está plasmado en nuestra Constitución Nacional, Título III «Derechos y Deberes Individuales y Sociales», Cap. I, Garantías Fundamentales, Art. 37.
La decisión de formular nuestras opiniones debe ser un acto común ejercido por todos y no propios de un minúsculo grupo de individuos, quienes se creen poseedores de la verdad absoluta.
Decídase a formar parte de aquellos que tomamos los votos monásticos y abrazamos la religión que tienen como dogma principal no callar nunca más.